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29 may 2008

Arequito: Siente el golpe el paraíso sojero

Cómo se vive en los pueblos del sur santafesino el conflicto.

Eran pocos los que, allá por 1969, habían escuchado hablar de la soja en el país. Por esos años, los campos argentinos sólo sabían de trigo, maíz, granos y vacas. Y sin embargo, aquí en Arequito, un pequeño pueblo al sur de Santa Fe que vive y respira agro, muchos productores ya habían comenzado a sembrar y cosechar esta planta originaria de China a la que cada día se le descubrían nuevas propiedades.

Tres décadas después, en Arequito a la soja se la llama "el milagro". Rodeado de algunas de las mejores tierras cultivables del país, el pueblo se jacta de ser "el corazón sojero del país". Se estima que el 99 por ciento de sus 7 mil habitantes vive directamente de la comercialización de este producto.

Como una especie de homenaje, desde hace algunos años cada mes de octubre se celebra aquí la Fiesta Nacional de la Soja, que llena de orgullo a Arequito. Un orgullo similar al que sienten sus habitantes con cada paso en la carrera de la hija dilecta del pueblo, Soledad Pastorutti, "La Sole".

Pero hoy, lejos de vivir en la bonanza que indicarían los excelentes precios internacionales del producto, Arequito parece un pueblo fantasma. Desde el 11 de marzo pasado, cuando el Gobierno nacional anunció el nuevo esquema de retenciones móviles para la exportación de soja y se inició el conflicto con las entidades del agro, toda la economía local entró en un parate que hoy golpea fuerte.

El problema, aclaran, son las retenciones, una palabra que parece concentrar todos los males que los aquejan. Los habitantes, aquí, hacen una cuenta que repiten cada vez que tienen que hablar con alguien venido de afuera sobre el conflicto. Año a año, este pequeño pueblo aporta en materia de retenciones unos 80 millones de pesos. "Es lo que se va desde los campos de Arequito a las arcas del Gobierno por las exportaciones. Es el equivalente a unos 15 años de egresos de la Comuna, incluidos los salarios. Y a 250 veces el egreso en educación primaria y secundaria del pueblo", detallan.

Todo parado

"Hasta hace poco, todos los domingos, los bares y restaurantes del centro se llenaban de gente. Pasabas por la puerta y veías un montón de camionetas estacionadas. Hoy, apenas hay alguna parejita tomando un café. Nadie quiere gastar nada. Nadie tiene plata, porque está todo parado".

El piquete de los productores de Arequito, el pueblo que hizo famosa a la cantante Soledad, en la ruta 92 que va a Clorinda.


Walter (que pide mantener en reserva su apellido) pasa la mayor parte de sus días en un pequeño trailer a un costado de la ruta 92 de entrada al pueblo, donde está montado el piquete de productores autoconvocados de Arequito. Y se empeña en explicar cómo cambió su vida y la de sus vecinos desde que estalló el conflicto.

No vive del campo. No tiene tierras y no siembra soja. Es dueño de un comercio de materiales para la construcción en la ciudad que hoy está "cerrado con las puertas abiertas". "Es una manera de decir que no pasa nada -aclara-. Que nadie entra, que nadie compra, que nadie gasta".

Por eso decidió plegarse a la protesta con el mismo empeño que los productores que sí trabajan y viven del campo. "Es que este problema está matando al pueblo", grita.

"Esto era el paraíso -dice-. Y ahora lo han convertido en un infierno. El pueblo había revivido gracias a la soja. Todos vivíamos de alguna manera de ese derrame. Los comercios, las industrias de maquinaria agrícola, los corralones de materiales, los estibadores, los peones, las inmobiliarias. Y ahora estamos con el agua al cuello".

Cadena de pagos

Aunque no estén, como Walter y otros muchos productores, en el piquete a la vera de la ruta, la mayoría de los vecinos de Arequito tiene una mirada similar a la suya. Todos están sufriendo, hoy, el corte en la cadena de pagos que comenzó a registrarse a partir de la medida de fuerza que mantuvieron en marzo pasado durante varias semanas las principales entidades del agro argentino.

Hoy, con el conflicto revivido a partir de los nuevos cortocircuitos entre las entidades y el gobierno, Arequito vuelve a sufrir.

Luis Majul ("como el periodista, pero más alto", aclara) es propietario de una agencia inmobiliaria que se dedica a la compra, venta y alquiler de propiedades urbanas y de lotes en el campo ubicada en el centro de Arequito. Desde su negocio fue testigo privilegiado de cómo en pocos meses el pueblo entró en un parate preocupante.

"Se cortó la cadena de pagos y todos lo sufrimos. Se suspendieron un montón de negocios que hace sesenta días atrás andaban perfecto", relata.

Majul lo explica claro. "Acá la soja funciona como un bien de pago. Todos los negocios que se hacen en el pueblo se pactan en base al precio de la soja. Es una manera de que nadie pierda. No es que las transacciones se hagan directamente en quintales, sino que se usa como medida para el valor de los bienes. Cuando se alquila un campo, por ejemplo, se alquila en equis cantidad de quintales", detalla.

"Pero ahora, por el conflicto, no hay mercado. No se hace carga en los silos y cuando los productores llegan al puerto no tienen precio ni valores de referencia. Entonces la terminan vendiendo como pueden. Y eso genera un efecto que rebota sobre toda la economía de este pueblo. Pasa lo mismo en otros lados, pero yo sólo hablo de lo que sé", dice, detrás del escritorio de su oficina.

Mientras habla, atiende varias llamadas telefónicas y, como si quisiera probar sus argumentos, repite el mismo discurso: "No, por ahora no pasa nada. Está todo parado. Hay que esperar y ver cómo evoluciona esto. Hablemos la semana que viene", dice por el tubo.

Afuera, los comercios vuelven a abrir sus persianas después del receso del mediodía y esperan clientes que ya no llegan ni gastan como antes. En la ruta, los productores que mantienen el corte se preparan para la ronda de mates y ordenan los panfletos que reparten a los pocos automovilistas que pasan. En el campo, la imagen es la misma: el verde apagado de la soja ya cosechada, que espera volver a convertirse en el "milagro" que reviva al pueblo.


Fuente: El País

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