Sole tapa de "Hacer Familia"
El huracán que trajo alegría

A los 16 años empezó su carrera profesional como cantante de folklore. Siempre enérgica y movediza, recorrió el país y varios puntos del mundo sacudiendo su poncho al ritmo de nuestra tierra. Hoy, a punto de casarse, reconoce que sus vínculos fueron quienes la forjaron. La Sole, igual de alegre, una década más madura.
Miles de ojos descansan sobre la misma figura: una silueta de, apenas, 16 años. La niña parece diminuta en medio del escenario de Cosquín ‘96, que se vuelve inabarcable, casi hostil. Se acerca al micrófono. Los ojos contienen la respiración y esperan algo que desconocen. Pero un detalle en la cara de esa niña, parada junto a su hermana, genera la expectativa propia de los grandes sucesos. Y, después de la calma, Soledad escucha a sus músicos, separa sus labios y libera al inevitable huracán de música que la habita.
La misma niña editaría, ese mismo año, su primer disco con Sony Music y lograría que el folklore suene en las emisoras de radio más conocidas y sea cantado y aplaudido por los jóvenes del país. Pero toda la historia comenzó a entretejerse desde mucho antes, cuando Soledad tenía pocos meses de existencia y su mundo era oscuro y flotante. “Mi relación con la música empezó mucho antes de mi nacimiento”, cuenta Soledad. “Mi papá era fanático del folklore y mi mamá era profesora de danzas clásicas y folklóricas. Incluso dio clases estando embarazada de mí.” Habla con caudales de palabras, como si su garganta fuera una tierra fértil de vocablos.
Miles de ojos descansan sobre la misma figura: una silueta de, apenas, 16 años. La niña parece diminuta en medio del escenario de Cosquín ‘96, que se vuelve inabarcable, casi hostil. Se acerca al micrófono. Los ojos contienen la respiración y esperan algo que desconocen. Pero un detalle en la cara de esa niña, parada junto a su hermana, genera la expectativa propia de los grandes sucesos. Y, después de la calma, Soledad escucha a sus músicos, separa sus labios y libera al inevitable huracán de música que la habita.
La misma niña editaría, ese mismo año, su primer disco con Sony Music y lograría que el folklore suene en las emisoras de radio más conocidas y sea cantado y aplaudido por los jóvenes del país. Pero toda la historia comenzó a entretejerse desde mucho antes, cuando Soledad tenía pocos meses de existencia y su mundo era oscuro y flotante. “Mi relación con la música empezó mucho antes de mi nacimiento”, cuenta Soledad. “Mi papá era fanático del folklore y mi mamá era profesora de danzas clásicas y folklóricas. Incluso dio clases estando embarazada de mí.” Habla con caudales de palabras, como si su garganta fuera una tierra fértil de vocablos.
“A mis viejos les agradezco todo. Cuando uno crece, nota que los padres no son tan perfectos, pero han hecho todo con mucho amor.”
Y esa proximidad con lo musical, aparentemente, estaba redactada en los genes: a los seis años, Sole empezó a estudiar piano. Comenzaba un romance sincero e inquebrantable. “La música es mi vida, todo lo que hago tengo que hacerlo con música”, remarca.
Incluido su noviazgo. Jere, con quien va a casarse a fines de abril, trabaja en la producción de la banda y de los shows. “Al principio costó, porque yo siempre tiro la bronca a alguien: antes era a papá, después fue a Jere”. Pero asegura que los ayudó mucho, porque fue la manera de que él conociera su trabajo y de verse más seguido.

Allá en su tierra natal, a la que vuelve siempre, en la que aprendió el arte del canto y de ser amiga, conoció a Jeremías. Después de 7 años, eligieron “formar una familia propia”.
–¿Cómo llegaron a la decisión de casarse?
-Llegamos a un punto en que, además del cariño y del color rosa de los primeros años, forjamos una amistad en la que podemos contarnos todo y compartir cosas buenas y malas. Además, nunca convivimos, y ya estábamos hartos de terminar el día y volver cada uno a su casa. También tenemos muchos proyectos de trabajo, que implicarían viajar afuera, y creemos que juntos va a ser mucho mejor.
TEMAS FAMILIARES
Sole se sostiene, asegura, en sus relaciones personales. De hecho, trabaja, además de con Jeremías, con su padre, Omar. “Papá fue el único que creyó que mi camino era la música”, recuerda Sole. Tenía 15 años y “no quería saber nada con perder un fin de semana de boliche y amigos por ir a tocar a una peña”. Pero Omar, que es hijo único y perdió al suyo de joven, “es una persona que cree que todo es posible”, define ella. “Por eso insistió conmigo.” Gracias a esa compañía llena de afecto, Soledad se adoctrinó y pudo llegar al profesionalismo en la música.
–¿Qué agradecerías a tus papás hoy?
–Un montón de cosas, más allá de la música. Son mis viejos y aunque cuando uno crece nota que los padres no son tan perfectos como creía, todo lo que han hecho los dos fue con mucho amor. Nunca escuché un grito. Y si cometieron algún error, fue por buenos... Y a papá también le agradezco que me haya acompañado tanto, porque sola no hubiera podido.
Con Natalia, su hermana, siempre fue muy amiga. Se llevan apenas dos años y, salvo la escuela, hicieron todo de a dos: piano, guitarra, tenis, canto. Por eso, cuando tuvieron que representar a la provincia de Santa Fe en un certamen a dúo, cantaron juntas. “El público se emocionó al ver a las dos hermanitas iguales cantando juntas”, recuerda Sole, con algo de humor.
–¿Cómo llegaron a la decisión de casarse?
-Llegamos a un punto en que, además del cariño y del color rosa de los primeros años, forjamos una amistad en la que podemos contarnos todo y compartir cosas buenas y malas. Además, nunca convivimos, y ya estábamos hartos de terminar el día y volver cada uno a su casa. También tenemos muchos proyectos de trabajo, que implicarían viajar afuera, y creemos que juntos va a ser mucho mejor.
TEMAS FAMILIARES
Sole se sostiene, asegura, en sus relaciones personales. De hecho, trabaja, además de con Jeremías, con su padre, Omar. “Papá fue el único que creyó que mi camino era la música”, recuerda Sole. Tenía 15 años y “no quería saber nada con perder un fin de semana de boliche y amigos por ir a tocar a una peña”. Pero Omar, que es hijo único y perdió al suyo de joven, “es una persona que cree que todo es posible”, define ella. “Por eso insistió conmigo.” Gracias a esa compañía llena de afecto, Soledad se adoctrinó y pudo llegar al profesionalismo en la música.
–¿Qué agradecerías a tus papás hoy?
–Un montón de cosas, más allá de la música. Son mis viejos y aunque cuando uno crece nota que los padres no son tan perfectos como creía, todo lo que han hecho los dos fue con mucho amor. Nunca escuché un grito. Y si cometieron algún error, fue por buenos... Y a papá también le agradezco que me haya acompañado tanto, porque sola no hubiera podido.
Con Natalia, su hermana, siempre fue muy amiga. Se llevan apenas dos años y, salvo la escuela, hicieron todo de a dos: piano, guitarra, tenis, canto. Por eso, cuando tuvieron que representar a la provincia de Santa Fe en un certamen a dúo, cantaron juntas. “El público se emocionó al ver a las dos hermanitas iguales cantando juntas”, recuerda Sole, con algo de humor.

Cuando Sole profesionalizó su carrera, siguió invitándola a cantar algunos temas al escenario. Nati participaba, pero su camino era otro. “Después de un show, ella volvía a Arequito a estudiar, y yo me iba a Buenos Aires a hacer la prensa y a preparar el disco”, explica Soledad. Actualmente, Natalia está por recibirse de abogada, y, según cuenta Sole, “ahora que termina los estudios va a sacar un disco propio”.
ADOLESCENCIA EN VIVO
Llevaba el ritmo y la repercusión de la carrera de un artista ya consagrado, cuando estaba en una etapa de la vida en la que “priorizás otras cosas”, acepta. Reconoce que afrontó responsabilidades que a su edad pocos reciben y que creció mucho gracias a eso. “Pero después de un show, no quería saber nada con dormir en un hotel, en una cama que no era la mía, saludando a gente que no conocía.”
–¿Cómo trabajás el manejo de la fama?
–Nuca me pasó de creerme mil. En la primera etapa, casi ni me di cuenta de lo que pasaba. Pero después, me ayudó tener cerca a mi familia, a mis amigos, y el hecho de volver siempre a Arequito, donde soy una más. Allá me ven todo el tiempo. Me saludan y me comentan “estuviste cantando en tal lado”, pero sin “cholulismo”. Para ellos es común verme comprando el pan o cebándole mate a mi amiga en la estación de servicio.
Y, también en esto, colaboró papá. “Él es muy crítico conmigo. Nunca lo escuché hablar 100% bien de lo que yo había hecho”, recuerda Sole. Y eso, afirma, la ayudó a seguir trabajando y a mantener una humildad muy sincera, ajena a cualquier pose.
Al principio, Sole volvía a Arequito después de ser aturdida por aplausos en algún concierto y se sentía como alienada. “Estaba dos días y no entendía de qué hablaban mis amigos, no podía compartir nada de lo que hacía, no me integraba”, explica. Pero está convencida de que gran parte de lo que es lo debe a sus amigos, que aprendieron a comprenderla y a acompañarla.
10 AÑOS DE CAMINAR
Desde los 16 años hasta ahora, Sole recorrió dos caminos de madurez distintos, simultáneos e inevitables: el personal y el musical. Fueron muy cerca uno del otro, casi tocándose a veces. Y, en general, el musical se sostuvo (y se sigue sosteniendo) de la firmeza de la senda de la persona, del carácter alegre, impulsivo y simple de Soledad Pastorutti.
–¿Qué cambió y qué perdura de la Sole de 1996?
–Como banda, conservamos lo sanguíneo. Siempre decimos que si logramos una perfección musical pero perdemos nuestro espíritu, no seríamos nosotros. De todas formas, fuimos puliendo mucho el show. Antes duraba 40 minutos y no tenía matices. La gente terminaba agotada. Ahora dura una hora y cuarto, pero me doy el lujo de susurrar algún tema, de cantar bien arriba otro y de incursionar en nuevos ritmos.
-¿La Sole del escenario es la Sole de todos los días?
–Sí, soy la misma hiperquinética. Pero hay una diferencia: abajo soy lo más inseguro que hay, respecto de mí, de mi cuerpo, de cómo canto... pero cuando subo, me concentro en dar lo mejor. Mis amigos no entienden qué pasa, no pueden creer que sea yo la que está cantando, pero para mí, soy la misma, excepto por la seguridad.
Cuando elige los temas o compone, tiene una tendencia a lo triste, afirma. Pero no es eso lo que busca transmitir. “Los que me conocen, saben que la Sole es la alegría”, sotiene. “La gente tiene demasiadas cosas para ponerse mal, siempre estamos dispuestos a ver el vaso medio vacío. Por eso, lo mejor que puede hacer la música es tirar para adelante, y eso trato de hacer.”
NUESTRAS COSAS
La alegría de los cantos de la Sole está ligada al ritmo de nuestra tierra: el folklore. Ella nunca se sintió comprometida a seguir esta línea, “fue algo innato, espontáneo”, asegura. Es la música que siente y que defiende, porque considera que los argentinos debemos valorarnos más como país. “Nos falta un poco más de autoestima, y creo que debemos usar la viveza criolla que tenemos para cosas más positivas”, remata.
Pero, consciente de que pertenecemos a una cultura mayor, propone profundizar nuestro vínculo entre latinoamericanos. “En lo musical, nos unen muchos lazos, pero falta una unión en otros aspectos, para crecer como región.”
Fue una chica de 16 años arrebatada por una profesión terriblemente dinámica y pública. Pero supo resistir, apoyada en su familia y en sus amigos, para transformarse ella misma en la tormenta. Una tormenta que agitó, cantó y susurró en nuestros oídos la alegría que le brota espontáneamente.
“Una vez vinieron unos pintores a pintar el balcón de mi casa en Buenos Aires. En ese momento yo estaba estudiando Ciencias Políticas. Me vieron, pero nunca dijeron nada. Una vez que terminaron el trabajo, volvieron a los tres días porque, decían, necesitaban la firma. Cuando entraron a casa, me puse furiosa y les dije ‘Claro ahora vuelven para la firma, ¿no?’, y empecé a sacar unas fotos mías para darles un autógrafo. Entonces, la chica que trabaja en casa me agarró del brazo, me metió en la cocina y me explicó que los pintores necesitaban una firma en el certificado de que el trabajo estaba bien hecho. Nos morimos de risa, los muchachos nunca entendieron mi reacción ni se enteraron de quién era yo.”
Fuente: Revista Hacer Familia
Dejá tu comentario
Publicar un comentario